Crea tu propia aventura. Parte IV

El sol ya no lastimaba tanto la vista, hasta se podría decir que enviaba la temperatura adecuada al lugar. Era de tarde y yo comenzaba a tener hambre. Afortunadamente para mí, encontré un pequeño parador que según su apariencia era un tanto acogedor. Aparqué la motocicleta a un costado y arreglé con la mano algunos cabellos que se habían soltado. Pensé por un instante que no tenía la mejor apariencia y luego recordé que no me importaba. Entré al lugar y observé a una camarera un tanto amargada sirviendo café en el mostrador. Sin saber cómo me había metido en esas peliculas yankies en las que todo el pueblo se conoce y uno se convierte en el ingenuo y antipatico forastero. En el tiempo que me tomó llegar hasta ella, mi cabeza pensó todo tipo de desenlaces para una historia como esa. Una voz me estaba preguntando qué deseaba ordenar, así que sacudí mi cabeza para poder articular algún sonido entendible. Observé la pizarra y ordené lo primero en lo que mi vista se detuvo: Sandwich de jamón y queso. Me dirigí hacia una mesa para esperar mi pedido, y bufé inconcientemente. Mi mirada se colgó en el gran ventanal de vidrio que tenía a mi izquierda. Frente a mi mesa había un hombre al parecer bastante maduro, un tanto despeinado. Noté que me miraba, pero aún así no quité mi vista de su rostro. Mi orden llegó y comí con tal hambre que en minutos había devorado mi comida y dejé de percatarme que el sujeto seguía mirandome. Yo lo observé. Tomó algo de su saco, lo que pareció ser un marcador y una papel de servilleta que estaba sobre la mesa. Bajo la vista un momento y se detuvo a escribir algo. Levantó su improvisada pancarta hacia mi dirección y sonrió. "Ríe". Le devolví la sonrisa con júbilo mostrando toda mi dentadura. Dejé el dinero justo sobre la mesa y me levanté para irme. En la puerta se encontraba la camarera que me había atendido, con el mismo rostro amargado de hacía algunos instantes. Le pregunté por el extraño personaje que le había caído tan bien a mi persona. "Está loco". Dí media vuelta indignada por la estúpida respuesta de la señorita y busqué mi fiel vehículo que me esperaba justo donde yo lo había dejado. Mientras emprendía la continuación de mi viaje pensé en que alguien que aprecia tanto las pequeñas cosas de la vida no podía estar loco. No, sólo era un tanto más soñador. El sol estaba empezando a caer, así que decidí apresurarme para llegar a mi última parada.

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