Cuando quise darme cuenta dónde estaba doblé la vista hacia el costado, lo que me dejó ver advertencias de velocidad y teléfonos de emergencia. La carretera era un lugar pacífico sin contar la cantidad de camiones que pasaban por allí. Traté de memorizar visualmente el camino para luego no extraviarme de regreso a casa. Comenzé a sentir los labios un tanto resecos debido al fuerte viento que azotaba mi rostro y se filtraba a traves de la abertura de mi casco. En ese momento recordé las tantas advertencias que me había dado mi familia en cuanto me subiera a algún vehículo. Inmediatamente puse en blanco mi cabeza nuevamente, ya que ese día era mío y de nadie más. También sentí sed. El día estaba soleado, y no había nubes en grandes cantidades. Conducí un rato más, no puedo decir por cuánto tiempo, y para esas alturas mi garganta ya se había secado por completo así que me detuve en la estación de servicio más cercana que encontré. Cargué un poco de nafta por miedo a no poder terminar mi viaje con la que tenía y tomé de la heladera la botella más grande de agua que encontré. Me dirigí hacia el mostrador y pagué con monedas la totalidad del precio. Miré detalladamente al tipo que me cobró. Tenía la mirada perdida, estaba como en otro sitio por así decirlo. Cuando uno no habla mucho, se detiene a observar más a la gente, a mirarla, a escucharla, a sentirla. Pronto encontré muchas otras emociones en ese lugar. No sabía que con tan sólo mirar a alguien podrías descifrar tantas cosas sobre este, por lo que me volví una experta en el tema. Salí del establecimiento y sentí el golpe de calor que para esas horas ya comenzaba a hacerse notar. Me senté al lado de mi motocicleta y comenzé a beber desesperadamente hasta saciar mi sed. Cuando miré la botella nuevamente, quedaba unicamente la mitad del contenido. Los viajes si cansan, me dije a mi misma. Decansé unos minutos y me terminé el liquido. Pasé por mi boca el labial que tenía en mi bolsillo para evitar que se resecara nuevamente con la brisa de la carretera. Me repuse a tiempo para continuar con mi camino. Rápidamente ya estaba de nuevo en la ruta mirando decididamente el pavimento que tenía frente a mis ojos. Conducí horas y me adentré en un camino que me llamó la atención por algún motivo que no pude descifrar aún, y por lo que ví, no era muy recurrido. Había paz. Paz de la de verdad. Vi unos arboles muy tentadores, así que frené rapidamente, detuve el motor y me dejé caer en el colchón de pasto. Era un tanto mullido pero aún seguía picando. Sentí el olor a tierra humeda y admiré el hecho de respirar ese aire y de vivir. Recordé que llevaba mis auriculares conmigo, así que los conecté y elegí la lista de reproducción perfecta para ese momento. Comenzó a sonar Ten years gone de Led Zeppelin. En cuanto escuché los suaves acordes de Les Paul de ese Dios que tocaba la guitarra caí profundamente dormida.
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