Es maravilloso el hecho de que cada persona provoque en nosotros distintos sentimientos. El darnos cuenta que alguien nos hace felíces es motivo de alegría y jubilo. El que alguien nos provoque una sonrisa, nos haga sentir cómodos y por qué no, protegidos, es una de las cosas que más se debe apreciar de la vida. Significa que aceptamos como es el otro y lo disfrutamos al máximo. Casi sin darnos cuenta les tomamos cariño a las personas con las que nos relacionamos y cada segundo que pasamos con ellas hace que en nuestro interior crezca más y más el afecto que les tenemos. Inconcientemente también nosotros queremos provocarle felicidad a la persona en cuestión y pretendemos que se sienta bien la mayor parte del tiempo. Tal vez utilizamos esa técnica para evitar que la persona se aleje de nosotros, se quede y pueda así prolongar por mucho más tiempo nuestra felicidad. El miedo a la pérdida es uno de los más grandes temores del ser humano, por eso a veces somos tan precavidos al actuar y tratamos de hacer las cosas lo mejor posible, para nosotros y los demás, a quienes tanto apreciamos. Si lo pienso bien es un ida y vuelta de bienestar para ambas personas, el emisor y el receptor. Algo hermoso que uno no se debería perder jamás, porque el lograr hacer felíz a alguien o tan sólo formar una mueca de alegría en su rostro es uno de los actos más hermosos que pueden existir.