Y resulta que anoche, como resultado de la dosis de café, no encontré motivo alguno para acostarme a mirar el techo. Asi que decidí ir de paseo. Mis piernas me llevaron al antro donde su alma se exibió ante mis ojos. Dame un trago fuerte le dije al cantinero. Noté que observó atentamente mi rostro y me contestó: "Esto es delicioso, pero no cura nada". A eso le respondí "No vengo a ahogar mis penas en tus tragos mi buen señor, vengo a ver si lo encuentro a él, que alguna noche, con la luna, un trago a medio tomar y unas pocas almas de testigos me besó aquí. Que hubo amor, estoy segura, pero de la puerta para afuera se perdió". "Una dama como usted, no debería estar aquí donde hasta el más gentil caballero se transforma en Mr. Hyde" fué su respuesta. Lo miré con desprecio y le dije "Perdone usted, pero soy capaz de hablar con el mismo Ades y caminar por las chispas de su infierno tan solo para decirle que lo aprecio". El cantinero miró su botella, vaciló un momento y se volteó a decirme "No es de mi incumbencua, pero no debería un alma tan buena, preocuparse por un demonio con aureola que omite la humildad ante todo y tiene un amor por noche para alimentar el gran ego que ya tiene" Me dejó muda por un rato. En eso, le dí un par de sorbos a mi bebida, tan solo para descubrir que nisiquiera los disfruté. Esa no era mi noche. Luego de un rato, le pedí se acercara y le pregunté como era que conocía a la bestia que me había enamorado. De inmediato se le dibujó una sonrisa irónica en ese rostro lleno de noches de desvelo perdidas en esa horrible labor de darle veneno a los pobres malditos. Rapidamente expresó "¿Cómo es que lo conozco? querida, llevo años metido aquí dentro y no eres la única que ha pasado por este lugar contando la misma historia, y a todas les respondo lo mismo" Me levanté de mi asiento, le dí un buen apretón de manos y me dirigí a la salida. Volví de donde había salido y medité un poco tratando de armar el maldito rompecabezas que había en mi cerebro cuyas piezas no encajaban ni de una, ni de otra manera y cada vez se tornaban menos nitidas. Al aceptar finalmente que nunca lo podría armar decidí acostarme a dormir. Con respecto a ese hombre dueño de la noche, de mi noche, nunca más lo volví a ver. Es más nisiquiera he tratado de encontrarlo. Gran paso para ser verdad. Gran lección.