La vida es como una pirámide de naipes. Tratamos de construirla lo mejor que podemos. Con pasiencia y perseverancia, con cuidado y tratando de que no quede ninguna carta desalineada o fuera de lugar. Soñamos con poder construir la pirámide perfecta, la más grande y bella. Cada naipe representaría cada recuerdo, problema, momento vivido y hasta podríamos decir que representarían personas ¿por qué no? Pero el problema está cuando la piramide corre riesgo de caer, de desmoronarse y convertirse en no más que escombros. Ya sea porque nosotros cometimos un error, un paso en falso y tuvimos la mala idea de colocar mal un naipe teniendo asi la posibilidad de que se derrumbe o ya sea porque otro factor la movió o la sopló más de lo que esta resistía. Cuando corremos esos riesgos, ya sean pequeños o grandes, esto nos provoca tristeza, ganas de llorar, de patalear, de desaparecer un tiempo a un lugar donde no halla más nada que nosotros. Ganas de hablarlo con alguien tal vez, de que nos den un abrazo o una palabra de aliento, pero no cualquiera. Hablo de un abrazo de esos que son interminables. Esos momentos en que los abrazos pueden llegar a durar hasta horas. De esos habrazos hablo, de los que son tan profundos que sentimos como la otra persona nos brinda toda su energía a cambio de nada. Hablo de esas palabras de aliento, que son las palabras justas en el momento justo, y por supuesto de la persona justa. Que nos transmiten esperanza, que es lo que necesitamos para volver a construir la parte de la piramide de naipes que se desplomó. Pero hay que recordar que armando todos los escombros, todas las cartas, correctamente podemos formar una enorme pirámide, incluso mejor que la anterior, solo necesitamos un poquito de optimismo para lograr todas nuestras metas, por más dificiles e imposibles que parezcan.

Tendría que empezar a poner en práctica lo que escribo.