Creo que valoré mi vida como muy poca gente lo hace. Casi siempre la miré con júbilo. Para mí era algo que uno debía aprender a llevar. Nada fácil, pero nadie dijo que la vida lo sería. Tuve el tiempo suficiente como para admirar los momentos que esta me presentó. Conocí gente, lugares, situaciones que dieron lugar al presente que tengo en este momento. Aprendí infinitas lecciones que me voy a llevar conmigo. Me dí tiempo para respirar y sentir ese proceso que estaba llevando a cabo, para mirar el cielo, para sentir el pasto bajo mis pies, para observar. Toleré muchas cosas buenas, como también muchas injusticias. No voy a mentir y decir que hice todo lo que me gustaría haber hecho. Me faltaron miles de cosas por realizar. Esos sueños que uno arrastra desde pequeño. Pero no puedo quejarme por todo lo que sí pude hacer. Reí, lloré, soñé y amé como nunca había amado a nadie. Admiré sencilleses. Me equivoqué y estoy orgullosa de decirlo, porque en base a mis errores aprendí las lecciones más valiosas. De esas que nadie te enseña en ningun lugar. Por eso, pido disculpas a quien sea que haya lastimado. Supe perdonar y pedir perdón cuando era requerido. Supe entender. Supe querer y quererme a mí misma. No nací rozando la perfección, y no me le acerco en lo absoluto, y está bien. No me quejo de lo que soy. O por lo menos, no en este preciso momento. Seguramente quedaron muchas metas por cumplir, pero para mi corta vida, logré valorar mucho más de lo que muchas personas de mayor edad pueden en toda su vida. Probablemente tenga una perspectiva diferente de lo que conocemos. O por lo menos eso es lo que yo creo. Ahora, que sé que esto puede acabar en cualquier momento, me doy cuenta de tantas cosas... son sentimientos inexplicables. Incertidumbre, por lo que vendrá. Por lo que le espera a mi gente. Cómo serán las cosas sin mí persona.