Y apareció en la lejanía. Reconocí su forma de andar tan característica de su persona. Abrí y cerré los ojos para saber si era una jugarreta de mi imaginación o si de verdad estaba siendo testigo de su presencia. Ya no lo encontraba tan lejos, estaba a tan sólo una pequeña distancia de mi balcón. Una serie de sensaciones comenzaron a surgir en mí y noté claramente como se me aceleraba el corazón a medida que él se iba acercando. Repentinamente empezé a sentirme inquieta, con un profundo deseo de arrojarme al precipicio de tan sólo unos metros y caer en sus brazos, unicamente con el fin de sentirlo por un momento de nuevo. El alma se me desbocaba del cuerpo y como si fuera poco, fué una milesima de segundo en la que fuí verdaderamente felíz. Me dió un beso en la distancia que puedo asegurar, me llenó hasta el último rincón de mi ser. Me sentí petrificada por un instante, pero reaccioné lo suficientemente rápido como para devolverle el afectuoso saludo, igual que cursi que el de él. Note su sonrisa que destellaba en medio de la noche, ¡cómo no notarla! si hacía tanto que no la admiraba, porque a ese tipo de acontecimientos, no se puede hacer más que admirarlos. Le devolví una sonrisa de igual intensidad y dí media vuelta nerviosa y aún aturdida por la espontánea sucesión de hechos que había llamado a mi puerta esa noche.